Aeropuerto cerrado por tormenta: 28 horas con Lupita en el GRU

Muy felices llegamos al Aeropuerto Guarulhos (GRU) para abordar el vuelo de conexión que nos llevaría de regreso a México pero la vida tenía otro plan para nosotras:  una odisea inolvidable…

Check-in en Aeroparque – ARG

El 12 de marzo de 2016 al mediodía dejamos la ciudad de Buenos Aires con muchas ganas de regresar a nuestra casa en Puebla. El itinerario estaba establecido: 2 horas 30 minutos hasta São Paulo-Brasil, 4 horas de escala y antes de medianoche treparnos al avión, acomodarnos y dormir volando a México.

19 hs – Esperando que anuncien nuestro vuelo en el GRU

Ya en São Paulo,  las horas de escala no se hicieron tan largas. Eran las 21 horas cuando empezó a llover cada vez más fuerte, con relámpagos, truenos y mucho viento. Me quedé tranquila porque aún faltaba un buen rato para abordar y los vuelos despegaban con normalidad. La lluvia seguía pero anunciaron nuestro pre-embarque con un poco de demora. Finalmente subimos al avión a la medianoche y se nos informó que esperaríamos la autorización para despegar.

Las horas fueron pasando y no nos ofrecían nada para tomar ni mucho menos para comer. Se nos decía que el despegue era inminente hasta que a las 3:30 am nos informaron que debíamos bajar y reprogramar los vuelos porque el aeropuerto estaba cerrado debido a que la tormenta había derribado una de las luces de la pista.

 

Aquí comienza la odisea

El azar quiso que a mi lado, como compañera de asiento, llegara una mujer uruguaya que viajaba a México a ver a su hija que estaba por tener un bebé. El imprevisto nos unió en equipo y a partir del desembarque nos apoyamos para sobrellevar la situación de la mejor manera posible. Lo primero que hicimos fue ir a buscar nuestras maletas junto a cientos de personas que intentaban hacer lo mismo: aeropuerto cerrado, vuelos cancelados = caos total.

Mis maletas aparecieron enseguida, no así las de mi co-equiper (ya olvidé su nombre!) Por eso debimos acercarnos a reclamar y allí estuvimos unos veinte minutos. Mientras tanto se iba formando una fila enorme y viboresca desde el check-in hasta cada recoveco del GRU. No me impacienté pues la verdad, daba lo mismo ganar un lugar de más o de menos en aquellas eternas filas. Al recuperar sus maletas avanzamos al próximo paso. Nos formamos y yo me quedé cuidando el equipaje mientras ella iba a investigar qué hacer, cómo y dónde. La noticia llegó muy rápido: no queda otra que esperar y tener mucha paciencia.

Lupita en el carrito de maletas haciendo fila para reprogramar el vuelo

Y nos amaneció…

Las primeras luces del días nos encontraron en la fila como hormigas condenadas a no ver pasar los minutos. La mañana avanzó, aun estábamos sin comer nada, de pie, yo cargando a Lupita y mi mochila más las maletas. El desconcierto era general, nadie de la aerolínea se acercó para orientarnos y ayudarnos a reprogramar el vuelo. Estábamos allí siguiendo a la multitud desconcertada igual que nosotras.

Las horas sin dormir empezaban a afectarme pero no podía descansar ni un ratito porque estábamos en constante atención a los avances de la fila. Ya por las 11 am me di cuenta que habían habilitado una oficinita para los pasajeros con «necesidades especiales» entonces mi nueva amiga se quedó con las maletas y yo fui a investigar. También había fila pero al menos ahora estábamos apostando a dos opciones. Viajar con perro de apoyo emocional es considerado una «necesidad especial». Entre fila y fila vi que llegaba un canal de noticias para registrar lo que estaba sucediendo y los pasajeros aprovechamos a pedir el apoyo de las autoridades de cada aerolínea que estaban ausentes.

En una de las filas se me acercó un policía del aeropuerto y me dijo que no podía estar con Lupita en mis brazos a pesar de que siempre la llevé dentro de un rebozo, mitad para alivianar el peso y mitad para evitar herir susceptibilidades de perro suelto. A esas alturas sin dormir, sin comer, con riesgo de ataque de pánico y doloridos mis brazos por cargar a Lupita, mi espalda por cargar la mochila y mis piernas por sostenerme en pie, defendí con no muy buenos modos mi derecho a quedarme allí. Las personas que estaban en la fila se solidarizaron conmigo y el policía se retiró.

A las 13 horas pude por fin llegar al mostrador, conseguir mi nuevo boleto y despachar las maletas ¡Qué felicidad! ¡Quiero irme a casa! También conseguí allí los vouchers para comida y  me permitieron hacer dos llamadas, una a quienes me despidieron en Argentina y otra para avisar a quienes me esperaban en México que llegaría un día después! Ir a buscarme a la Ciudad de México era todo un revuelo porque al viajar con perro no podía abordar un autobús con Lupita en brazos y por ello necesitaba que alguien fuera por mí en un vehículo particular que pudiera librar el «hoy no circula».

Con nuestro boleto asegurado y una gran sonrisa enfilamos hacia la zona de alimentos. Un problema recurrente: no se puede ingresar con perros a los lugares de comida. Por suerte éramos equipo y acordamos con la señora que ella comería primero y luego  me traería mis alimentos. Mientras tanto Lupita y yo buscamos asiento en la sala de espera de la Terminal Nacional. Habíamos caminado muchísimo dentro del aeropuerto y yo estaba muerta de cansancio, se me cerraban los ojos. Una señora brasileña vio a Lupita y me empezó a dar conversación, muy amable me ayudó a mantenerme despierta pero no entendí nada de lo que me dijo en portugués. Al ratito, por fin mi amiga llegó con mi comida. Eran casi las 3 de la tarde y decidimos separarnos, yo volvería hacia el área internacional y ella se iría a recorrer un rato el aeropuerto.

Aquí obtuve mi comida de la tarde

Buen clima

El sol estuvo presente todo el día y al parecer el clima ya no sería obstáculo para poder llegar a México. Eran notorias las diferencias entre la Terminal Nacional y la Internacional. Tengo una pintoresca imagen en mi memoria de esa salita de espera de paredes gastadas de color turquesa y el sol dorado de la tarde que las iluminaba a través de pequeñas ventanas sucias. Los ruidos de la ciudad que se oían lejanos debajo de las palabras de la señora morena que me hablaba en portugués sonriendo con su ojos.

Caminé y caminé hasta el ingreso a la Terminal Internacional donde tuve que volver a hacer el check-in y las revisiones de equipaje. Luego busqué las puertas de embarque y me instalé allí. No tengo muchas imagenes ni videos de este día. A veces no se puede documentar todo para el blog y simplemente hay que vivir para luego contarlo sin más prueba que nuestras palabras.

Muy cansadas las dos

Un lugar para dormir

En el GRU está el Slaviero Fast Sleep, un hotel ubicado dentro del aeropuerto con pequeñas habitaciones funcionales de  4 m2 con literas y donde solo se admiten estancias de 1 noche por 80 dólares apróx. Está muy caro, tal vez lo hubiera considerado pero no aceptan perros.

Atardecer

Intenté conectarme a Internet. El aeropuerto te da 30 minutos gratis cada 24 horas. No pude. Pedí ayuda a una mujer policía y me dijo que metiera a Lupita en la transportadora, le dije que no, se puso medio pesada y me fui de esa zona a pedir ayuda al mostrador de la puerta de embarque. Cabe destacar que a esa hora llevaba 24 horas sin dormir, estaba agotada física, mental y emocionalmente. No podía echarme a dormir un rato en el piso porque tenía miedo de entrar en sueño profundo y tenía que cuidar a Lupita y mis pertenencias. Me senté en un rinconcito, abracé a Lupita y medio cerré mis ojos: uno de ellos dormía y el otro estaba atento al entorno. Cada tanto pasaba alguien que le sonreía a Lupita que también estaba exhausta y aún así su comportamiento fue excelente.

¿Ya nos vamos?

El vuelo estaba programado para las 19 hs. Con las últimas luces de la tarde todos los pasajeros fuimos llegando nuevamente repitiendo la escena del día anterior cuando en la grilla se indica que nuestro vuelo estaba demorado. Sin embargo otros vuelos de la misma aerolínea embarcaban de manera normal. Los ánimos empezaron a agitarse cuando el horario de nuestro vuelo se aplazó dos o tres veces más mientras veíamos que todo el mundo se iba del GRU y nosotros seguíamos allí. La tensión subió y los gritos explotaron cuando se nos informó que saldríamos en un vuelo al día siguiente.

Varios pasajeros alzaron la voz en nombre de todos y empezó el tira y afloje con la gente de la aerolínea. Después de dos horas muy tensas, de mucha impotencia y negociación, prometieron que el vuelo saldría a medianoche y nos dieron voucher para ir a cenar. Creo que yo reclamé hasta las croquetas para Lupita porque ya llevaba muchas horas comiendo solo un par de croquetas. No tenía pensado pasar un día extra por lo que mis provisiones de su comida estaban por agotarse.

Todos a cenar como fiesta estudiantil

Ya empezábamos a conocernos: la pareja con el bebé, la señora uruguaya, los amigos mexicanos, la loca (yo) con el perrito… Nos alejamos de la sala de embarque rumbo al patio de comidas. Acostumbrada a la restricción hacia los perros, me ubiqué en el piso lejos de la gente. Sin embargo varios pasajeros me fueron a buscar y me hicieron un espacio en la mesa donde comimos todos juntos sin problema. Gracias! Lindo gesto!

Aquí cenamos

Ya más tranquilos y con la panza llena, volvimos al pre embarque con la esperanza de poder por fin subir al avión.  Los ánimos eran más agradables, conversábamos en confianza y tal como se nos prometió pasamos los controles y muy felices subimos al autobús que nos acercó al avión en medio de chistes y gritos de felicidad… fue como volver a la escuela.

De regreso a casa

No sé que tejes y manejes hizo la aerolínea con nuestro vuelo pero subimos a un avión con la mitad de los asientos vacíos. Mi amiga uruguaya enseguida se mudó a otro asiento y Lupita y yo nos adueñamos otros dos. Apenas el avión despegó en la noche brasileña abracé a Lupita en cucharita y las dos cerramos nuestros ojos cansados. Lo único que recuerdo es abrirlos cada vez que pasaban los sobrecargos que me ofrecían comida y yo decía «no gracias» moviendo mi dedo indice en somnolienta negativa para enseguida volver a dormir.

Desperté a las 4 am cuando faltaba media hora para aterrizar… Al ver las lucecitas de la Ciudad de México mi felicidad fue enorme. Fue el vuelo más corto de mi vida, para mí duró sólo 10 minutos.

Esa mañana, antes de salir a carretera rumbo a Puebla, fuimos a tomar un cafecito al jarocho… ¡me encanta!

Toda experiencia trae un aprendizaje

Emocional: Esas 28 horas en el GRU enfrentando situaciones imprevistas, nuevas y por momentos de mucho cansancio, estrés y tensión, me mostraron que soy más fuerte que los ataques de pánico que me aterrorizan. Seguramente la presencia de Lupita me ayudó mucho pues mi prioridad era ella y al enfocarme en su bienestar mi mente no tenía espacio para la fobia.

Laboral: Debido a la deficiente atención que la aerolínea nos brindó, investigué y aprendí cómo presentar una reclamación por cancelación o retraso del vuelo. Meses más tarde conseguí mi compensación.

Vivencial: Gracias a todo este revuelo, con Lupita podemos decir que nos dimos el gusto de volar sobre sur y centro américa abrazadas y durmiendo a pata suelta en dos asientos de un avión.

La tormenta

Días más tarde, desde mi casa en Puebla, busqué información acerca del temporal que vivimos en Brasil:


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