Viajeros mexicanos (siglos XIX y XX)

La falta de carreteras, la ausencia de hoteles, las travesías marítimas de larga duración, junto a muchas vicisitudes más, no han sido obstáculo para que los viajeros mexicanos se lancen a la aventura… 

 Viajeros mexicanos (siglos XIX y XX) se editó por primera vez en 1939 con una tirada de 500 ejemplares en la colección Letras de México. La recopilación muestra a los viajeros en acción, es decir, «viajeros viajando» en una época que hoy nos parece llena de contratiempos, incomodidades y desinformación. Pensemos que para los pocos mexicanos que podían darse el lujo de subirse a un barco para cruzar el océano, llegar a Europa y contemplar con sus propios ojos lo que solo habían visto en fotos o dibujos, era ya una aventura extrema, anécdota digna de ser contada a sus descendientes.

En el libro se incluyen relatos de catorce viajeros, diez de ellos narran sobre países extranjeros y sólo cuatro lo hacen acerca de México. Felipe Teixidor, el compilador,  señala: «Sólo los mexicanos hemos escrito poco acerca de nuestro país. Figúrasenos que hablar de nuestras poblaciones, de nuestras montañas, de nuestros ríos, de nuestros desiertos, de nuestros mares, de nuestras costumbres y de nuestro carácter es asunto baladí, y que al ver escrito en una página de viaje un nombre indio, todo el mundo aquí ha de hacer un gesto de desdén.»

 Y agrega: «Hay cierta repugnancia por conocer el país nativo, y esta es la causa de que no puedan desarrollarse vigorosamente todas las ramas de nuestra literatura nacional. Sólo el tiempo y la civilización harán desaparecer esto, que son hábitos de la vida colonial.»

Actualmente México es uno de los destinos más buscados por los viajeros extranjeros y para los mexicanos es un orgullo tener un país tan maravilloso e interminable. Se necesitan varias vidas para recorrer todos sus rincones y descubrir su inmensa riqueza natural, cultural e histórica.

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El compilador

Felipe Teixidor Benach nació en Barcelona, España en 1895. Fue bibliógrafo, editor, escritor, historiador, traductor y académico español nacionalizado mexicano.  Mientras estudiaba en París conoció al pintor Diego Rivera. En 1919, se viajó a la Ciudad de México donde realizó diversas actividades, fue curtidor, vendedor de libros, empadronador y traductor de francés e inglés en el Colegio Militar. En 1928, obtuvo la nacionalidad mexicana.

Felipe Teixidor en una embarcación

Trabajó como administrador en la revista Contemporáneos, dirigida por Jaime Torres Bodet. Fue servidor público en Relaciones Exteriores de 1929 a 1935, en Hacienda y Crédito Público de 1935 a 1937, en la Secretaría de Economía Nacional de 1938 a 1939 y en Petróleos Mexicanos de 1940 a 1946. Impartió clases en escuelas secundarias y coordinó la edición del Diccionario Porrúa de historia, geogafía y biografía de México y la colección «Sepan Cuántos..»

El 8 de mayo de 1980 fue elegido  para ocupar la silla XXXII de la Academia Mexicana de la Lengua, sin llegar a tomar posesión pues murió el 31 de mayo del mismo año.

 El libro en sus propias palabras

FRAY SERVANDO TERESA DE MIER (1803)

«La ciudad es bonita para Europa, donde, como tengo dicho, parece haber primariamente habitado  un pueblo enemigo de las líneas rectas.»

«Vi en el jardín botánico de Florencia sobre una maceta nuestro maguey con su letrero: Alve mexicano. Así le llaman los botánicos, o agave, así como llaman al chocolate o cioccolata, como dicen los italianos, teobroma, bebida de los dioses. (…) De cuatro maneras con que lo hacían los indios, una sola, y no era la mejor, tomaron los españoles, llevando a España con el nombre de cacao y de chocolatl (que significa cacao, agua y dulce) hasta la piedra que llamamos metate y el nombre de la taza en que se bebía, llamada xicalli, de que ellos hicieron jícara y los italianos chichera

«Llegamos a Liorna (…) hay calles muy buenas a cordel…»

 «Nos vamos acercando a Madrid, y como en otros países se anuncia la cercanía de la capital por quintas, casas de recreo, o lugarcitos más pulidos, a Madrid por todas partes rodean lugarejos infelicísimos en ruinas, todos de tierra y de la gente más miserable. No se ve un árbol en contorno; el terreno árido embiste hasta que llega uno a sus puertas.»

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 «El lenguaje del pueblo madrileño anuncia lo que es, un pueblo el más gótico de España. Una calle se llama Arránca-culos, otra de tente-tieso, una de majaderitos-anchos, y otra de majaderitos-angostos. Uno vende leche y grita:  «¿Quién me compra esta leche o esta mierda?» Las mujeres gritan: «Una docena de huevos, ¿quién me saca la huevera?» Todo se vende a maíz, por decir maravedís. El castellano que se habla es como éste: «Manolo, ¿qué lijiste al médicu?» «Lije que te viniera a curar del estómago a luna, y le daríamos cien maíz» . Oí pedir limosna: «Señor que me pele una limosna por Dios chiquito; es la procesión del Buen Pastor» (…) En ninguna parte de Europa tienen el empeño que las españolas por presentar a la vista los pechos, y las he llegado a ver en Madrid, en el paseo público, con ellos totalmente de fuera, y con anillos de oro en los pezones.»

 «De los balcones se arrojaban los bacines a la calle, diciendo «Agua, va» como todavía se hace en Portugal. Carlos III se empeñó en quitar esta porquería de la calle, y los madrileños se resistieron, diciendo al protomedicato, que por ser el aire muy delgado convenía impregnarlo con el vapor de la porquería.»

 «Yo no me acuerdo si al principio del año o en Carnaval, se ponen los peleles; son unos muñecones de paja muy vestidos y muy puestos en el balcón del cual los precipitan a la calle el último día, y por eso se dice: «el pelele siempre vivo, que todos los años muere»

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LORENZO DE ZAVALA (1834)

«El día 25 de mayo de 1830 (…) salí de la Ciudad de México en compañía del general D. José Antonio Mejía, entonces coronel y secretario de la legación mexicana cerca del gabinete de Washington. No tomamos escolta, porque varios amigos me habían afirmado que yo no estaría muy seguro en manos de gentes que podían librarse de mí a poca costa, y quisimos más bien exponernos a ser asaltados por bandoleros, que al fin se contentarían con quitarnos lo que teníamos y cuando mucho, darnos algunos golpes.»

Asalto a la Diligencia Siglo XIX MNH INAH

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«Llegamos a Puebla de los Ángeles y paramos en casa del D. Domingo Couto, vecino rico de la ciudad, cuya familia, llena de urbanidad, nos consoló en parte de los pasados sufrimientos.  Aún no se había establecido la carrera de diligencias que hoy existe entre México, Puebla, Jalapa y Veracruz, y se hacía entonces el camino en diez o doce días con las mayores incomodidades, pues no había ninguna posada en que pudiese descansar el pasajero, no digo con decencia, pero ni aún con las comodidades más comunes, como cama, sillas, mesas, vasos, platos, etc. Mucho han variado las cosas de entonces acá, y es de esperar que mejorarán cada día más. En Jalapa ya había una posada francesa bien servida, y ciertamente es un consuelo, después de un viaje penoso, encontrar un alojamiento aseado, y en el que el hombre reconoce las ventajas de la civilización.»

 «…los que han disfrutado de la admirable igualdad del delicioso clima del valle de Puebla…»

«…continuamos nuestro viaje embarcándonos para Cincinatti en un buque de vapor (…) Pagamos cinco pesos por persona y navegamos treinta horas.»


 ISABEL PESADO (1870)

«El día 4 de abril de 1870, a las ocho de la mañana salimos de México para Puebla. Este trayecto lo hicimos en ferrocarril. Después seguimos en carruaje… (…) Este viaje lo emprendimos para que me repusiese de una grave enfermedad que me condujo a las puertas del sepulcro, hundiéndome en la más negra tristeza.»

Estación de Ferrocarril Puebla

«Lo que es risible son nuestros compatriotas y los de las otras repúblicas de América, cuando les da por afrancesados; la hermosa lengua castellana les parece vulgar, fingen olvidarla y solo quieren hablar francés, aunque lo hablen mal y lo pronuncien peor;  yo no me declaro perito para juzgarlos, pero lo que digo es a juicio de los franceses mismos; en ciertas costumbres quieren ser también sus fieles imitadores.»


JOSÉ LÓPEZ PORTILLO Y ROJAS (1874)

 «Dispondría yo de tres conductores para trepar a la Pirámide de Cheops a razón de cinco francos por cada uno (…) en verdad os digo lectores (…) que si vais a las pirámides y permitís que vuestra madre, mujer, hermana o ser cualquiera del sexo bello a quién améis, ascienda por ellas, haréis un disparate; porque debéis imaginaros que hay escalones que miden un metro veinte centímetros de altura, que son en número de doscientos seis, y que los árabes conductores están bien lejos de ser tan medidos y comedidos como los monjes de Trapa.
De buen grado habría reposado tiempo más largo, pero los árabes no me permitieron, e hicieron la señal de marcha. Preciso me fue seguir adelante por no confesar mi derrota. (…) me sentí desfallecido y pretendí sentarme (…) Y como mis piernas me obedecían escasamente, fue subido mi cuerpo sobre los de los cuatro conductores. En esta última parte de las ascensión representé el papel de un fardo.»

 «La cumbre de la Pirámide Cheops, es algo por el estilo del cielo: es necesario morir antes de alcanzarla.»

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FRANCISCO BULNES (1874)

«El calor de Saigón es sólo comparable al de los hornos de fundición. La Habana y Veracruz en el mes de septiembre, representan la Siberia comparados con la temperatura dominante en este país furiosamente fértil y colocado a 10° latitud N.»

«En el buque la situación era insoportable, los pasajeros se sentían oprimidos por la calma y esperaban una brisa que impidiera su asfixia en el espacio indefinido. El casco de hierro del buque vaporizaba el agua que enviaba a veces la corriente del río, y al extender la mano en cualquier sentido se tocaba fuego.  Los extranjeros residentes en Saigón que vinieron a visitarnos, tenían la apariencia de espectros de hospital, mantenidos a flote en la vida por una avaricia impermeable al dolor. En una palabra,  en todo lo que nos rodeaba había un carácter de vejez, de muerte, de desesperación, donde todo se consumía por la flama invisible de un calor infernal.»

 «La comida fue servida a la inglesa en un vasto salón refrescado por ventiladores movidos por indígenas incansables.»

«La idea de dormir en el corredor me vino e iba a ejecutarla , cuando entró mi inglés y me previno de que iba yo a cometer una estupidez. Me invitó a descender al jardín con una jarra de leche y a contemplar las veinte o treinta serpientes que se reunirían a los veinte minutos.»

«La repostería era deliciosa a la vista, pero su raro y delicado perfume la hacía insoportable al paladar. Yo creí en un momento que había mordido un jabón de Windsor en vez de un pudding oscuro…»

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ANTONIO GARCÍA CUBAS (1874)

Una excursión a tierra caliente de Teziutlán a Nautla

«Aunque Jicaltepec goza de un clima sano y no tan ardiente como otros lugares de la costa, desarrollóse allí en 1861, la terrible enfermedad del vómito, que causó la muerte de trescientos colonos, todos de la margen derecha del río y ni uno solo de la izquierda.»


JOSÉ PEÓN DEL VALLE (1907)

«-Mal tiempo es éste para ir a visitar la Rusia, señor, me dijo el Cónsul de México en Berlin, cuando le manifesté mi intención de recorrer las dos más interesantes ciudades de la vieja Rusia y la capital de Polonia.
Dos días ntes habín arrojado en San Petersburgo una bomba en la  casa del primer ministro Stolypine, y tres días después los diarios berlineses publicaban la noticia del asesinato del Gral. Minn en Moscú. (…) Así pues, con nuestros pasaportes en regla, con un certificado que el Ccónsul de mi país me dio asegurando que éramos católicos fervientes, porque el que no se persigna no entra a Rusia, y en medio de la admiración general de los huéspedes, administrador y empleados del hotel, que no podían comprender que hubiese gente que fuera por placer a un lugar donde las bombas se cultivan en maceta, dejamos una noche la capital de la Prusia para ir a poner el pie dos días más tarde, si Dios lo permitía, en las márgenes del Neva.»

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LUIS G. URBINA (1916)

«Los escaparates de las tiendas son también reveladores para quien sabe estudiarlos y comprenderlos. Suelen mostrar lo que esconden las casas y callan las bocas. Enseñan las tendencias de las gentes que pasan, sus gustos y sus modos de vivir, sus cualidades y defectos. Ver mucho los aparadores, verlos con atención e intención, en una ciudad que no se conoce, es prepararse a comprender la sociedad y sus costumbres.»


CARLOS GONZÁLEZ PEÑA (1918)

«Dos días con tres noches de ferrocarril. (…) A otro le aterraría. A mí no. He llegado a considerar el tren como nuevo hogar. En la vida necesitamos siempre un paradero, un sitio de reposo donde podamos rehacernos de las fatigas, abandonarnos a nosotros mismos, pensar, gozar el silencio. Y en mi peregrinación loca, ¿qué otro lugar puede ser ése, si no el vagón de ferrocarril? (…) tengo aquí mi asiento y mi cama, de los que he tomado posesión -aunque sea temporalmente-  con ese placentero sentimiento de la propiedad, innato en todo el ser humano.»

 «Hay en el alma del viajero una perpetua curiosidad. El viajero mira a  través de la fina rejilla por la que penetra el polvo sutil.»

«…el café que, aun siendo purísimo, en los Estados Unidos es malo -ignoro por qué y me propongo averiguarlo con mi cocinera al volver a México…»

«La vida no tiene valor real, en cuanto a su curso, sino por la manera como la vivimos. ¡Qué lenta para el morador del pueblecito donde todos los días, a la misma hora, suenan las mismas campanas y canta el mismo yunque en la vecina fragua! ¡Qué caudalosa, qué turbadora, qué rápida, para el viajero errante!»


DJED BÓRQUEZ (1927)

«Cenamos milanesas en Milán. No podía yo quedarme con la duda. Recordé lo que hice en Zacatecas: pedir que me tocaran la popular marcha del mismo nombre. No es posible ir a Puebla sin probar el mole, ni a Celaya sin comprar cajetas. Las milanesas de Milán no me parecieron gran cosa. Las preparan mejor en el Café Colón de México.»


SALVADOR NOVO (1927 y 1934)

(en New York) «Solo al fin, me acerqué a la ventana. Veinticuatro pisos abajo hormigueaban procesiones de surtidas cabezas.»

New York en 1900 – Fuente: alamy


ULISES IRIGOYEN (1933)

«Si no fuera porque todos mis afectos están tan lejos, yo iría contento y feliz en este espléndido viaje…»


JOSÉ GONZÁLEZ ORTEGA (1934)

«Pasamos la mañana callejeando por los laberintos moriscos que forman la vieja ciudad. Hemos ido a pie, como es racional que se haga para verlo todo y saborearlo.»


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