Ébano – Ryszard Kapuscinski

Los 29 relatos que conforman el libro narran en primera persona las vivencias del autor mientras trabaja como periodista  en África entre 1957 y 1990. Cada capítulo es independiente y  desde su narrativa descriptiva nos cuenta la vida cotidiana real de ese continente.

Ébano se publicó en 1998 y es un clásico de la literatura de viajes.

El autor

Ryszard Kapuscinski nació en 1932 en Plinsk, Polonia (actualmente Bielorrusia). Fue profesor en universidades y desde 1962 unió sus labores como periodista y escritor cuando fue designado como corresponsal extranjero.

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Ryszard Kapuscinski

Kapuscinski viajó por  países en vías de desarrollo y es más conocido por sus reportajes en África en las décadas de 1960 y 1970, cuando presenció episodios como los genocidios de Ruanda, Liberia, Sudán con  dictadores como Idi Amin o Mengistu y las guerras civiles en Eritrea o Liberia.

Murió en Varsovia, Polonia en 2007 a causa de un paro cardíaco a la edad de 74 años.

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Placa conmemorativa del autor en su casa de Pinsk

Ébano según Kapuscinski

«He vivido unos cuántos años en África (…) Siempre he evitado las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran política. Todo lo contrario: prefería subirme a camiones encontrados por casualidad, recorrer el desierto con los nómadas y ser huésped de los campesinos de la sabana tropical. Su vida es un martirio, un tormento que, sin embargo, soportan con una tenacidad y un ánimo asombrosos.
De manera que éste no es un libro sobre África, sino sobre algunas personas de allí, sobre mis encuentros con ellas y el tiempo que pasamos juntos. Este continente es demasiado grande para describirlo. Es todo un océano, un planeta aparte, todo un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria. Sólo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos «África». En la realidad, salvo por el nombre geográfico, África no existe.»

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El libro en sus propias palabras

«El europeo y el africano tienen un sentido del tiempo completamente diferente; lo perciben de maneras dispares y sus actitudes también son distintas. Los europeos están convencidos de que el tiempo funciona independientemente del hombre, de que su existencia es objetiva, en cierto modo exterior, que se halla fuera de nosotros y que sus parámetros son medibles y lineales. Según Newton, el tiempo es absoluto: «Absoluto, real y matemático, el tiempo transcurre por si mismo y, gracias a su naturaleza, transcurre uniforme; y no en función de alguna cosa exterior.» El europeo se siente como su siervo, depende de él, es su súbdito. Para existir y funcionar, tiene que observar todas sus férreas e inexorables leyes, sus encorsetados principios y reglas. Tiene que respetar plazos, fechas, días y horas. Se mueve dentro de los engranajes del tiempo; no puede existir fuera de ellos. Y ellos le imponen su rigor, sus normas y exigencias. Entre el hombre y el tiempo se produce un conflicto insalvable, conflicto que siempre acaba con la derrota del hombre: el tiempo lo aniquila.» (Del capítulo Camino de Kumasi)

«Los africanos perciben el tiempo de manera bien diferente. Para ellos el tiempo es una categoría mucho más holgada, abierta, elástica y subjetiva. Es el hombre el que influye sobre la horma del tiempo. (…) Todo lo contrario de la manera de pensar europea (…) eso significa que si vamos a una aldea donde por la tarde debía celebrarse una reunión y allí no hay nadie, no tiene sentido la pregunta: «¿Cuándo se celebrará la reunión?» La respuesta se conoce de antemano: «Cuando acuda la gente». (Del capítulo Camino de Kumasi)

«Los de Acra son una especie de camiones con carrocería de madera que cubre un techo apoyado sobre unos palos. Gracias a que no hay paredes, durante el trayecto nos refresca una corriente de aire salvadora. En este clima, las corrientes de aire son un valor muy buscado. (…) La corriente se traduce en términos económicos: las casas más caras se levantan allí donde el aire circula más. Cuando se mantiene inmóvil, el aire no tiene valor, pero basta que se mueva para que su precio se dispare.» (Del capítulo Camino de Kumasi)

«Durante miles y miles de años, África anduvo a pie. La gente de aquí no tenía noción de la rueda, ni tan siquiera conseguía hacerse a tal idea. (…) Toda la civilización técnica del siglo XIX fue llevada al interior de África sobre las cabezas de sus habitantes.»  (Del capítulo Camino de Kumasi)

 «He venido a Kumasi sin objetivo alguno. Por lo general se cree que tener un objetivo marcado es algo bueno:  que la persona sabe lo que quiere y que lo persigue (…) tal situación le impone unas anteojeras, como las de los caballos: ve única y exclusivamente su objetivo y nada más. Y ocurre, por el contrario, que lo que está más allá, lo que se sale del límite impuesto en amplitud y profundidad puede resultar mucho más interesante e importante.» (Del capítulo La estructura del clan)

 «Es en Europa donde el individualismo constituye un valor apreciado, y aún más en Norteamérica; en África, el individualismo es sinónimo de desgracia, de maldición.» (Del capítulo Yo el blanco)

 «…llegamos a la frontera con Uganda. En realidad no había frontera. Junto al camino se levantaba una sencilla caseta encima de cuya puerta se veía un tablón de madera con la palabra «Uganda» grabada a fuego. Estaba vacía y cerrada. Las fronteras por las cuales se derrama la sangre se crearían más tarde.» (Del capítulo El corazón de una cobra)

 «En su breve historia, muchos países africanos viven de esta manera su segunda etapa. La primera ha consistido en una descolonización rápida, en conseguir a independencia. Optimismo, entusiasmo y euforia se adueñaron de todo el mundo. La gente estaba convencida de que la libertad significaba un techo mejor encima de su cabeza, un cuenco de arroz más grande y unos zapatos, los primeros en la vida.» (Del capítulo Anatomía de un golpe de estado)

 «…yo quiero vivir en una ciudad africana, en una calle africana y en una casa africana. ¿Cómo, si no, podría conocer esta ciudad? ¿Este continente? (…) me irritaban aquellas personas que al llegar a África se instalaban en la «pequeña Europa» o en la «pequeña América» (es decir, en hoteles de lujo) y al regresar a sus países presumían de haber vivido en África a la cual no habían visto en absoluto.» (Del capítulo Mi callejón 1967)

«En mi callejón vivía una mujer sola cuya única propiedad era una olla. Se ganaba la vida comprando a crédito judías de las vendedoras, las hervía, las aliñaba con una salsa y las vendía a gente. (…) Una noche nos despertó un grito desgarrador. (…) La mujer, enloquecida y desesperada, corría en círculos: unos ladrones le habían robado la olla: había perdido su único medio de vida,» (Del capítulo Mi callejón 1967)

 «Aquí, cualquier cantidad de comida desaparece enseguida y sin dejar rastro. Se come todo lo que hay, hasta la última migaja; nadie almacena nada, ni siquiera tendría dónde guardar sus reservas ni cerrarlas bajo llave. Se vive al día, al momento, cada día es un obstáculo difícil de superar, la imaginación no sobrepasa las veinticuatro horas, no se hacen planes ni se acarician sueños.» (Del capítulo Mi callejón 1967)

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«Las chozas que vemos al pasar parecen vacías: no se ve a nadie junto a ellas, ni una sola persona, ningún movimiento. Un paisaje inerte, invariablemente idéntico, dibujado de una vez para siempre.»  (Del capítulo Lalibela 1975)

«El río, de cuya presencia nadie se percata ni saca provecho, parece fluir para sí mismo.»  (Del capítulo Un día en la aldea de Abdallah Wallo)

«Los oscuros ojos esconden inquietud, temor incluso. Se mueven sin parar, desvían la mirada, como si su portador, atrapado, buscase febrilmente una salida.»  (Del capítulo Levantarse de un salto en medio de la oscuridad)

«…he aquí que apareció el bidón de plástico. ¡Un milagro! ¡Una revolución! En primer lugar es relativamente barato (aunque en algunas casas sea el único objeto de valor) : cuesta unos dos dólares (…) El bidón de plástico tiene un número de virtudes ilimitado. Una de las más importantes radica en que sustituye a la persona en una cola. Había que hacerla (allí donde el agua se trae en cisternas) durante días enteros. Estar a la intemperie bajo el sol del trópico es una tortura. Antes no se podía dejar la vasija e irse a la sombra, porque la podían robar, y era demasiado cara. Ahora, en cambio, en lugar de personas, se forman colas de bidones de plástico, mientras sus dueños se refugian del sol o se van al mercado o a hacer alguna visita. Al viajar por África, se ven muchas de esas kilométricas y multicolores filas de bidones esperando a que aparezca el agua.»  (Del capítulo Levantarse de un salto en medio de la oscuridad)

«El conductor y los pasajeros sintonizan a la perfección; está claro que forman un equipo bien avenido: cuando entramos en una curva el chofer grita un prolongado yyyaaaaahhhh, y al oír tal consigna los pasajeros se inclinan hacia el lado contrario, proporcionando así al autobús un contrapeso: de otra manera, se precipitaría, inerte, hacia el fondo del abismo.» (Del capítulo Estampas eritreas)


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